Amor verdadero.

Lo amo como se ama a un viejo compañero, fiel en los momentos de soledad, cómplice en las horas de silencio. Lo amo porque es fuego que se enciende, porque es humo que se eleva y se desvanece, llevándose consigo las preocupaciones, aunque sea por un instante. Lo amo porque es ritual, porque es pausa, porque es ese pequeño respiro en medio del caos.

Lo amo porque es luz en la oscuridad, esa brasa que brilla en la noche, titilante como una estrella fugaz. Lo amo porque es calor en las manos frías, porque es compañía en las madrugadas largas, porque es un susurro que dice: “aquí estoy, no estás solo”.

Lo amo porque es poesía en movimiento, porque es danza de humo que dibuja figuras efímeras en el aire. Lo amo porque es rebelde, porque desafía al tiempo, porque se consume y, al hacerlo, nos recuerda que la vida también es un lento arder.

Pero, sobre todo, lo amo porque me enseñó a dejarlo. Porque en su abrazo adictivo descubrí la fuerza para soltar, para buscar algo más, algo que no se desvanece con el viento. Lo amo porque, al final, fue el espejo que me mostró que podía ser libre.

Lo amo, sí, pero ahora lo amo desde la distancia, como se ama a un viejo amor que ya no nos pertenece.

Lo quiero

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