Eternamente tuyo.
El tabaco no desaparece. No se esfuma como el humo de un último cigarrillo aplastado con decisión. Permanece, como permanecen todos los rituales que han marcado nuestros días, transformados pero nunca del todo ausentes.
No es un adiós, sino un cambio de estación. El tabaco sigue ahí, en la memoria de tus manos, que aún buscan inconscientes el paquete en el bolsillo cada vez que terminas de comer. En el reflejo que te hace mirar hacia la terraza cuando alguien enciende un cigarrillo al otro lado del cristal. En esa fracción de segundo en que inhalas profundamente al pasar frente a un bar y el aroma te transporta a noches lejanas, cuando el humo era compañía y escudo.
Los recuerdos no se van. El primer cigarrillo a escondidas, los que fumaste después del amor, los que compartiste con amigos en madrugadas interminables donde todo parecía posible. El que encendiste mirando al mar, el que apuraste en la puerta del hospital, el que te temblaba entre los dedos mientras esperabas noticias. El tabaco fue testigo, cómplice, refugio. No se trata de negarlo, sino de dejar que ocupe su lugar en la historia, como un viejo amor al que ya no necesitas pero al que miras con cierta ternura.
Los rituales perduran, aunque cambien de forma. La pausa del café sigue ahí, solo que ahora el humo no nubla la taza. Las conversaciones profundas en la noche no necesitan volutas azules para fluir. Los momentos de quietud, esos en los que antes el cigarrillo era excusa para detener el mundo, ahora son tuyos de verdad, sin intermediarios.
El tabaco no se va. Se queda en los estancos que pasas de largo, en los ceniceros vacíos de tu terraza, en el chasquido de un mechero que ya no es el tuyo. Se convierte en paisaje, en nostalgia sin ansiedad, en huella de lo que fuiste y que ahora eres de otra manera.
Porque esto nunca fue solo sobre dejar de fumar. Fue sobre aprender a estar sin lo que creías indispensable. Sobre descubrir que los rituales valiosos sobreviven a las sustancias. Que lo importante nunca fue realmente el humo, sino todo lo que sucedía alrededor mientras subía hacia el cielo.
“No se apaga un hábito de años sin dejar rastro. Pero las cenizas, al final, son solo eso: lo que queda cuando el fuego ya no quema.”