O un replicante. O me estoy equivocando y en realidad sí sueñas.
No eres original. Cada bocanada que tomas, cada gesto estudiado de llevar el cigarrillo a tus labios, cada pensamiento que crees íntimo y personal mientras observas elevarse el humo, ha sido diseñado, calculado y predicho con una precisión escalofriante mucho antes de que tú siquiera existieras. Eres el último eslabón de una cadena infinita de repetidores, un cliché viviente cuyos supuestos momentos de profundidad emocional fueron escritos en informes de mercado y reuniones de estrategia corporativa donde se decidió exactamente cómo te harían sentir hoy.
El tabaco no es tu confidente nocturno, ni tu acto de rebeldía contra el sistema, ni tu herramienta para pensar con claridad. Es un producto que te posee mientras tú crees poseerlo. Esos instantes de “paz” que atribuyes al ritual, esa falsa lucidez que llega entre caladas, incluso esa ansiedad que juras que es por tu vida y no por el vaivén calculado de nicotina en tu torrente sanguíneo - todo son espejismos cuidadosamente diseñados para mantenerte enganchado. Las grandes tabacaleras llevan casi un siglo perfeccionando el arte de venderte humo mientras te convencen de que estás comprando libertad.
Mira a tu alrededor con verdadera atención. Ese hombre que enciende un cigarrillo después de una pelea, seguro de que su rabia es incomparable, es uno entre tres millones que en este preciso instante repiten el mismo guión emocional. La mujer que fuma sola junto a la ventana, convencida de que su melancolía es única, no sabe que su pose fue testada en grupos focales décadas antes de que ella naciera. Hasta ese pensamiento fugaz de “esto solo me pasa a mí” fue anticipado, empaquetado y vendido como parte de la experiencia. Eres tan predecible que dan ganas de llorar.
Formas parte de un rebaño que se cree manada de lobos solitarios. Comparten los mismos tics nerviosos, las mismas frases hechas, incluso la manera particular de sostener el cigarrillo como si fuera un sello de identidad cuando en realidad es la prueba definitiva de su estandarización. El adolescente que fuma para desafiar a sus padres, el ejecutivo que lo usa como muleta contra el estrés, el artista que romantiza su lento suicidio - todos son personajes intercambiables en una obra tan vieja como la industria misma. Tus pensamientos más íntimos sobre el tabaco fueron escritos por hombres en trajes caros que ni siquiera fuman, pero que entendieron mejor que tú mismo cómo hackear tu cerebro.
La verdadera genialidad del sistema está en su circularidad perfecta. Te venden la ilusión de individualidad precisamente para homogeneizarte. Crees que al elegir una marca sobre otra expresas tu personalidad, cuando en realidad solo demuestras qué tan bien funcionó el targeting publicitario en tu segmento demográfico. Te convencen de que eres rebelde por fumar, mientras obedeces ciegamente los impulsos que te implantaron. Es un juego tan diabólicamente brillante que incluso ahora, leyendo esto, una parte de ti se resiste a aceptarlo porque “en tu caso es diferente”. Spoiler: no lo es.
En este mismo segundo, alguien en Tokio enciende un cigarrillo convencido de que es lo único que mantiene a raya su locura. En Buenos Aires, un escritor mediocre exhala humo pensando que así alimenta su genio. En París, una joven sostiene el cigarrillo con gesto estudiado, segura de que ese momento es profundamente suyo. Todos creen ser originales. Todos están repitiendo, sin saberlo, los mismos gestos, las mismas justificaciones, los mismos errores. La verdadera tragedia no es que sean adictos, sino que crean que su adicción tiene significado.
El colmo de la ironía? Que incluso este momento de supuesta lucidez - esta revelación incómoda de que quizás no eres tan especial como crees - también fue previsto. Las tabacaleras sabían que algunos llegarían a esta conclusión, y calcularon exactamente qué porcentaje volvería a fumar igual, convencido de que su “caso” era la excepción. Porque al final del día, no importa cuánto lo pienses, cuánto lo analices: sigues siendo un nodo predecible en una red de dependencia masiva, un consumidor perfecto que cree ser un rebelde, un cliché que se mira al espejo y ve un original.
Así que adelante, apaga este texto con un gesto de irritación. Enciende otro cigarrillo. Convéncete de que esta vez es diferente, de que tú sí controlas la situación, de que tu relación con el tabaco trasciende estas observaciones. Las corporaciones cuentan con que lo harás. Lo tienen todo mapeado. Incluso esta resistencia. Incluso esta negación. Porque el verdadero negocio nunca fue venderte tabaco, sino venderte la mentira de que eres diferente. Y funciona tan bien que seguirás fumando, seguirás creyéndote único, seguirás siendo el producto final perfecto de una máquina que no necesita tu originalidad - solo tu obediencia.