Certeza inquebrantable.
Hay un momento en el camino del exfumador donde la duda se disipa como el humo de un cigarrillo apagado. Ya no se trata de “estar dejando de fumar”, sino de haber dejado de fumar. La diferencia es abismal. Es como mirar hacia atrás y ver el vicio desde la otra orilla, sabiendo que el puente por el que cruzaste ha quedado destruido detrás de ti. La nicotina ha perdido su poder de seducción, su chantaje químico ya no funciona contigo. Lo sabes cuando, al pasar junto a un grupo de fumadores, el olor que antes te resultaba tentador ahora huele a lo que realmente es: ceniza y veneno.
La seguridad de haber roto el hábito se manifiesta en detalles cotidianos. Puedes salir de fiesta, tomar unas copas, enfrentar situaciones de estrés o compartir mesa con fumadores sin que ese cosquilleo ansioso aparezca en tu mente. El ritual del cigarrillo ha sido desmantelado pieza por pieza: ya no necesitas fumar después del café, al hablar por teléfono o para “hacer tiempo”. Tu cuerpo ha olvidado la necesidad y tu mente ha dejado de romantizar el acto de fumar. Incluso puedes, en un momento de curiosidad o nostalgia, probar un cigarrillo y descubrir con sorpresa que no te gusta, que el sabor es desagradable y la sensación en tus pulmones resulta extraña y ajena.
Aquí radica la verdadera libertad: no en la abstinencia forzada, sino en la capacidad de elegir sin miedo a recaer. La mezcla herbal que usaste como puente durante la transición sigue estando ahí, en algún cajón, pero ya no la necesitas. Su simple existencia te da seguridad, sabiendo que si alguna situación límite te tienta, tienes una alternativa saludable a mano. Pero pasan los días, las semanas, los meses, y esa red de seguridad permanece intacta porque tu voluntad ya no depende de sustitutos.
El verdadero indicador de que has dejado atrás la adicción no es el tiempo que llevas sin fumar, sino tu actitud hacia el tabaco. Cuando ves a alguien fumando y en lugar de envidia sientes lástima, cuando pasas por el estanco y ni siquiera te fijas en las cajetillas, cuando un día especialmente estresado termina sin que el cigarrillo haya cruzado por tu mente, entonces sabes que has ganado la batalla. La mezcla herbal fue tu aliada al principio, pero ahora eres tú quien decide, desde una posición de fuerza y consciencia, qué entra y qué no entra en tu cuerpo.
Esta seguridad no es arrogante ni ingenua. Conoces los peligros de la adicción porque los has vivido en carne propia. Pero también conoces tu nueva fortaleza. Puedes permitirte el lujo de no demonizar el tabaco, de reconocer que hubo momentos en que te dio placer, porque esa objetividad es la prueba definitiva de que ya no te controla. El fantasma de la recaída se ha disipado, no por ignorancia sino por transcendencia. Has reconfigurado tu identidad: ya no eres un fumador en recuperación, sino alguien que simplemente no fuma. Y esa diferencia, silenciosa pero radical, es la victoria más dulce de todas.