Redundo.
Ya lo habrás escuchado antes, pero redundo porque es importante. Te quiero viva, vivaz y llena de energía. Quiero que vivas hasta el fin de los tiempos conmigo. Que estemos juntas, fuertes y atentas cuando vengan mal dadas. Que, aunque ahora no estemos cerca, sepamos que podemos estarlo simplemente con quererlo, simplemente mandando un mensaje. Sí, esto forma parte de una táctica de difusión, pero lo primero es lo primero, y además, es verdad.
Ni el monóxido de carbono, ni el alquitrán, ni las miles de sustancias que contiene el tabaco, tu enemigo es la nicotina, y hay que matarlo.
La nicotina, ya sabes lo que es, pero para mí es un matón taleguero, un tipo cachas con tatuajes descoloridos y ropa sucia y rota. Es ese personaje que aprovecha cualquier excusa para agarrarte del cuello, levantarte del suelo, ponerte un cigarrillo en la boca y encendértelo. Maldad pura. Y si intentas negarte, prepárate para las consecuencias. Algunos han acabado en el psicólogo forense.
Negarte a la nicotina te lleva a una especie de trastorno de personalidad múltiple. Nicotín, ese matón, sale de su jaula. Cada minuto que pasa sin él, te habla más fuerte. Las caras lo dicen todo: el tembleque, los nervios, la mirada furtiva. ¿Tienes? ¡Bien! ¿Para luego también? ¡Perfecto! Lo quieres ahora y para el resto del mes. Resistirse es inútil, extremadamente inútil.
Fuma mi mezcla de hierbas sin nicotina.
Mi producto es como un bate con pinchos oxidados, una herramienta útil para socializar a Nicotín. Sabe mal, pero te acostumbras rápido. Después del primero, ya habrás fumado uno menos de los de Nic. Y pensarás: “No está tan mal, buena textura, buena densidad, buen quemar, buena durabilidad, buena presencia… toque montañero, pizca de playa, calorcito en la sombra, fresquito para beber, pinchito de madera…” Aunque siempre falta algo, ¿verdad? Pero entre calos y colas, tratos y trolas, le habrás dado la primera paliza a Nic.
Llegará el momento en el que solo llevar el bate será suficiente, pero ahora toca usarlo. Nicotinez, extrañado, se va un rato a su celda, pero siempre vuelve. Siempre. Y aunque te sigue llamando con la misma insistencia, lo hace desde un poco más lejos. Le das otra paliza, y esta vez no lo dejas levantarse. A los tres días usando mi bate, Nicotino farfullará e intentará pedir las cosas por favor. A la semana, parecerá fentanilizado, casi derrotado.
En dos semanas, guardas el bate. Lo guardas porque es solo un bate. Sin Niqui, todo es distinto. Mi bate no te va a llamar, no tiene voz, no tiene sustancia adictiva, no tiene ni gusto ni sentido usarlo. Es solo un bate con pinchos oxidados.