De dónde venimos.

El tabaco tiene sus raíces en las antiguas culturas americanas, donde la Nicotiana tabacum era considerada una planta sagrada. Los mayas fueron probablemente los primeros en cultivarla hacia el 2000 a.C., dejando evidencias en murales y cerámicas que mostraban su uso ceremonial. Para los pueblos precolombinos, el humo del tabaco servía como puente entre lo terrenal y lo divino, utilizado por chamanes en rituales de curación y adivinación. Los aztecas lo llamaban “picietl” y lo mezclaban con otras hierbas para crear preparados medicinales, mientras que en Norteamérica los nativos lo fumaban en pipas de paz durante importantes negociaciones.

El encuentro entre Europa y el tabaco comenzó con el primer viaje de Colón en 1492, cuando Rodrigo de Jerez y Luis de Torres observaron a los taínos fumando hojas enrolladas. Lo que empezó como curiosidad etnográfica pronto se transformó en un fenómeno global. Los conquistadores españoles llevaron la planta a Europa en el siglo XVI, donde inicialmente se cultivaba como ornamental en los jardines reales. Jean Nicot, embajador francés en Portugal, popularizó su uso medicinal al enviar hojas a Catalina de Médicis para tratar las migrañas, dando origen al término “nicotina”. Para 1600, el tabaco ya se había extendido por toda Europa, África y Asia, siguiendo las rutas comerciales de los imperios coloniales.

El siglo XVII vio la institucionalización del tabaco. En Inglaterra, Sir Walter Raleigh lo popularizó en la corte de Isabel I, aunque Jacobo I llegaría a escribir un tratado contra su consumo. Las colonias americanas encontraron en el tabaco su primer producto de exportación viable; la economía de Virginia se construyó sobre plantaciones trabajadas por esclavos. Mientras las pipas dominaban en Europa, en Oriente se prefería el tabaco para mascar o aspirar como rapé. La Iglesia Católica inicialmente condenó su uso, pero terminó aceptándolo como vicio menor comparado con el alcohol.

La Revolución Industrial transformó radicalmente el consumo de tabaco. La invención de la máquina para fabricar cigarrillos en 1881 por James Bonsack permitió la producción masiva y barata. Las guerras mundiales sirvieron como poderosos vectores de propagación: los gobiernos incluían cigarrillos en las raciones militares, creando generaciones de adictos. Las técnicas modernas de publicidad, con iconos como Marlboro Man, asociaron el tabaco con valores de libertad y masculinidad. Para 1950, cerca del 50% de los adultos en países desarrollados fumaban regularmente.

El giro crucial llegó con los estudios epidemiológicos de los años 50 y 60. El trabajo de Richard Doll y Bradford Hill en Inglaterra, junto con el informe de 1964 del Cirujano General de EE.UU., establecieron el vínculo irrefutable entre tabaquismo y cáncer de pulmón. Esto marcó el inicio de las políticas antitabaco: advertencias sanitarias, prohibiciones publicitarias y espacios libres de humo. Las tabacaleras respondieron con campañas de desinformación y el desarrollo de productos “light”, igualmente dañinos. El final del siglo XX vio el auge de demandas judiciales multimillonarias contra la industria, revelando documentos internos que demostraban su conocimiento temprano de los riesgos.

En el siglo XXI, el tabaco enfrenta nuevos desafíos y transformaciones. Los cigarrillos electrónicos y productos de tabaco caliente prometen reducción de daños pero generan controversia sobre su papel como puerta de entrada al tabaquismo. Los países en desarrollo se han convertido en el principal mercado, mientras en Occidente las tasas de fumadores descienden lentamente. La OMS estima que el tabaco mata a más de 8 millones de personas anuales, combinando fumadores activos y pasivos. Lo que comenzó como planta ritual ahora es una crisis de salud pública global, demostrando cómo una sustancia puede transformar culturas, economías y cuerpos a lo largo de siglos. La historia del tabaco refleja nuestra compleja relación con los placeres peligrosos: desde su santificación ancestral hasta su demonización moderna, pasando por su masificación capitalista, sigue siendo un espejo de las contradicciones humanas.

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