¿Saben qué es raro? Fumar.
Fumar. Esa actividad que parece haber sido inventada por alguien que estaba aburrido en una plantación, se tropezó, encendió algo por accidente y pensó: —“¡Hey! ¡Esto arde en la garganta y me hace toser sangre… debe ser fabuloso!”
No, en serio. Fumar es como pagar por que tu boca huela como si besaras a un dragón alcohólico que acaba de despertarse de una siesta dentro de un contenedor en llamas. Y lo peor es que en los años 50, esto era glamuroso. Humphrey Bogart lo hacía. Lauren Bacall lo hacía. Mi tía Estelle lo hacía… y también se echaba vodka en el cereal, así que puede que no sea la mejor fuente de inspiración.
¿Pero quién decidió que meter humo en los pulmones era elegante? “¡Oh, miren, inhalé alquitrán ardiente y ahora parezco misteriosa! ¿O enferma? Bueno, ¡depende del filtro!”
Y así fue como fumar se volvió elegante. El colmo del estilo. Si no estabas con un cigarro en la mano, eras un don nadie. Un mojigato. Una paria social con pulmones rosados. ¡Asqueroso!
Es absurdo. Si hoy se inventara el tabaco, y alguien dijera: “Hola, ¿quieres prender fuego a un tubo de hojas secas, chupar hasta que te marees, pagar por ello y además oler como si hubieras pasado la noche durmiendo en una chimenea?” ¿Quién diría que sí? ¡Nadie! ¡Ni siquiera los franceses! Y eso que ellos hacen cosas como comer caracoles y llamarlo alta cocina.
En los años 50, la imagen de glamour era una mujer con rizos perfectos, piernas cruzadas y un cigarro entre los dedos como si fuera un cetro real. —“Oh, esto no es nicotina, querida. Es poder.” Sí, poder… para conseguir bronquitis en technicolor.
Y las marcas, por supuesto. ¡Marcas! “Locko Straik: It’s toasted.” ¿¡TOASTED!? ¿Qué es esto, un desayuno? Me imagino al publicista: —“Sí, sí… es tabaco con sabor a tostada quemada. ¡A la gente le encanta la comida calcinada que da cáncer!”
Y fumar es caro. Antes costaba 25 centavos. Ahora… ¿qué es, un órgano vital por cajetilla? Si sigo así, para Navidad le regalo a mi primo un Marlvorro y se lo envuelvo en oro. “¡Feliz Navidad, Joey! No te compres casa este año, ya tienes un cigarro.”
Y la publicidad. ¡Ah, la publicidad! “Fumar te relaja”, dicen. ¡Sí, claro! ¿Saben qué más te relaja? Respirar. Sin toser. ¡Eso relaja muchísimo!
Y no olvidemos los médicos. ¡Los médicos recomendaban marcas de cigarrillos! Los mismos que te decían: —“Estás algo nerviosa, señora Maisel. Tómese este sedante, esta pastilla para adelgazar, un cóctel y… fume un par de Camels. ¡Volverá a ser feliz, flaca y silenciosa!”
“Los doctores fuman Kanmel.” ¿¡Qué!? ¡Claro que sí! También recetan jarabe con cocaína y recomiendan electroshock para la tristeza, ¡no me convencen!
¡Silenciosa! ¡Claro! Porque si fumas lo suficiente, te quedas sin voz, sin aliento y sin marido. Y en algunos casos, sin tráquea. ¡El colmo del glamour!
Y la peor excusa: —“Fumar me ayuda a pensar.” ¿A pensar? ¿A pensar qué? ¿“Dónde dejé mis pulmones” o “cuál es el número de emergencias”? ¡La nicotina no es una musa! Es más como una ex tóxica: te hace sentir bien cinco minutos y luego te arruina lentamente.
Y si de niños se nos ocurre chupar un palo prendido, nos gritan: —“¡Estás loco! ¡Eso quema!” Pero si tienes 30 y estás en traje de cóctel, ¡bravo, qué estilo!
¡Hipocresía pura!
Y luego está la ceremonia de encender el cigarro. Es todo un ritual. Sacan la cajetilla, golpean la mesa, extraen uno como si sacaran una espada sagrada, lo colocan entre los labios y… ¡fuego! Una danza peligrosa con una chispa en la cara. ¡Romántico y suicida! Como bailar con un mafioso: seductor pero probablemente fatal.
Y después, claro… las toses. Nada como una conversación sofisticada interrumpida por un espasmo pulmonar. —“Querida, París en la primavera es mágica COF COF JJJJJGHHHHHHH. Como decía…”
Pero lo que me encanta, de verdad, son los fumadores de pipa. Esa gente que necesita fumar y además parecer filósofo. —“¿Qué tal, Midge? Estoy saboreando mi tabaco de cereza envejecido en roble escocés.” ¿En serio, Harold? ¿O estás escondiendo tu aliento de ajo con humo aromático? A veces me parece que el humo no sale de la boca, sino del ego.
Y no hablemos del drama de dejarlo. He visto hombres adultos llorar porque su último cigarro se les cayó en un charco. Y mujeres insultar al cielo. “¡¿Por qué me haces esto, Señor?! ¡Sólo pedí pulmones limpios y un poco de dignidad!” ¡Es como si estuvieran pasando por un divorcio con su propio hábito!
Y el cigarro electrónico… no empecemos. Eso es fumar del futuro. Parece que estás besando a una tostadora triste. Y aún así, ahí están todos, exhalando vapor de vainilla como si fueran dragones dulzones de Misney.
Claro. ¿Y por qué no? Ya puestos, vamos a moler ladrillo, freírlo, olerlo y ver si nos da inspiración.
¡Gracias, gracias! ¡Fumen menos, besen más, y si van a soplar humo, que sea por un buen chisme!
Por Miriam “Midge” Maisel — aproximadamente en 1959, con mucha laca y poca paciencia.