La nicotina es el monstruo final que nunca muere
Lo sabemos porque todos hemos sentido su sombra alargada, ese hilo invisible que nos ata incluso cuando creemos haberlo cortado. La nicotina se aferra a nuestra memoria, a nuestro cuerpo y a nuestra rutina con una obstinación que parece infinita. Cada vez que encendemos un cigarrillo y sentimos la ilusión del alivio, lo que en verdad sucede es que reforzamos las cadenas que nos atan a su engaño. Decimos que lo tenemos bajo control, que podemos dejarlo cuando queramos, pero en el fondo sabemos que la nicotina nunca desaparece, nunca se rinde, nunca muere.
Lo más cruel es que se disfraza de necesidad. Se instala en nuestro café de la mañana, en la pausa del trabajo, en las conversaciones con amigos, en la soledad de la madrugada. Nos hace creer que forma parte de lo que somos, que sin ella perderíamos un pedazo de nuestra identidad, como si fumar nos definiera. Y ahí radica su poder: nos convence de que necesitamos esa dosis, nos susurra que sin ella algo nos falta, nos persuade de que es imposible vivir de otra manera. Pero todo lo que nos da es falso, porque detrás de cada calada está la certeza de que seguimos dentro de la jaula, obedeciendo a un monstruo que se alimenta de nuestra debilidad.
Aceptar que la nicotina nunca muere no significa resignarnos. Significa entender que la lucha contra ella no es un combate que se gana de una vez para siempre, sino una resistencia diaria, una vigilancia constante. Incluso si dejamos de fumar, el recuerdo permanece, el deseo latente sigue ahí, dispuesto a aparecer en un momento de descuido. Basta una sola calada para reactivar el mecanismo dormido y devolvernos al punto de partida. Pero si sabemos que es así, podemos resistir. Podemos encerrar al monstruo, silenciarlo, dejar que su voz se vuelva apenas un eco lejano que ya no dirige nuestra vida. La victoria no está en creer que la nicotina muere, sino en aprender a vivir a pesar de su sombra, en demostrar que aunque nunca desaparezca, nosotros sí podemos liberarnos de su dominio.