Querido papá,

¿Te acuerdas cuando me prometiste que siempre estarías conmigo? Yo sí. Lo recuerdo como si fuera ayer. Fue una tarde de verano, cuando el sol se ponía y pintaba el cielo de naranja. Estábamos en el parque, y yo, con mis manos pequeñas, me aferraba a tu dedo meñique como si fuera mi ancla en el mundo. Tú me miraste, sonreíste y dijiste: “Nunca te dejaré sola. Pase lo que pase, siempre estaré aquí.”

Yo te creí.

Porque cuando eres niña, las promesas de tu padre son como leyes grabadas en piedra. Son verdades absolutas, como que el sol sale por las mañanas o que las estrellas brillan de noche. No se me ocurrió pensar que pudieran romperse. No sabía que las palabras, a veces, se las lleva el viento.

Pero ahora estoy aquí, escribiéndote esta carta, y tú… no estás.

No estás cuando me gradúo, cuando gano un premio, cuando lloro por un corazón roto. No estás en las mañanas de domingo para hacerme el desayuno como antes, ni en las noches frías para arroparme y decirme que todo estará bien. No estás para caminarme al altar el día de mi boda, ni para sostener a tu nieto entre tus brazos.

Y lo más doloroso es que tú elegiste irte. Fuiste tú. Tú decidiste que otras cosas eran más importantes. Aquello valía más que la promesa que me hiciste.

A veces me pregunto si lo pensaste. Si en algún momento, antes de irte, miraste hacia atrás y recordaste a esa niña que te esperaba con los brazos abiertos. Si dudaste, aunque fuera un segundo. Si alguna noche, en silencio, te preguntaste cómo estaré, si seré feliz, si aún te extraño.

Porque sí, papá. Te extraño.

Aunque no quiero admitirlo, aunque me enoje, aunque a veces finja que ya no me importa… te extraño. Extraño tu voz, tu risa, el modo en que me llamabas “princesa” como si fuera el apodo más valioso del mundo. Extraño creer que eras invencible, que nunca me fallarías.

Pero lo hiciste.

Y ahora tengo que aprender a vivir con eso. Con el hueco que dejaste, con las preguntas sin respuesta, con la promesa rota que aún guardo como un pedazo de cristal clavado en el pecho.

Quizás algún día lo entienda. Quizás algún día pueda perdonarte. O quizás no. Pero hoy, lo único que sé es esto:

Yo sí cumplí mi parte.

Yo sí estuve ahí, esperándote, creyendo en ti. Yo sí te guardé un lugar en mi vida, incluso cuando el tuyo ya no tenía espacio para mí.

Y si alguna vez te preguntas por mí, si allá donde estés te visita, quiero que sepas una cosa:

Esa niña que prometiste proteger… creció sin ti.

Y duele. Duele mucho. Pero también aprendí a caminar sola.

Atentamente, Tu hija… la del futuro, o la del presente (depende de cuándo esto te encuentre… si es que llegó a tiempo)… pero la que nunca, jamás, dejó de esperarte.

Lo quiero

Categories:

Updated: